Para vosotros, hijos míos, escribo las presentes páginas, destinadas a vosotros solos y a los hijos que Dios se digne concederos. Veréis por qué grandes pruebas plugó a la Providencia hacer pasar a vuestra familia, y muy particularmente a vuestra pobre abuela, que hoy ocupa el lugar de vuestros padres, a quienes Dios quiso llevarse consigo. Espero que esta lectura ha de seros provechosa. Ella os enseñará a caminar, durante esta vida, a la luz de la fe para prepararos a la vida que no ha de tener fin. Tú, Carlos, vas a cumplir pronto quince años, y tú, Luisa, estás en los catorce; ahora comienza la edad crítica y pronto os voy a faltar…
Pero Dios nunca os faltará.
Os dejo este cuadernito como un recuerdo de familia. Al leer la historia de los vuestros, que tanto sufrieron aquí abajo, comprenderéis mejor que solo existe una desgracia irreparable: hacer traición al deber y perder el alma. Comprenderéis que los mayores males de esta vida no duran siempre, y que el cristiano debe tener de continuo, durante su peregrinación en este mundo, levantados los ojos al cielo, donde está el único galardón que merece atraer nuestras miradas y nuestros deseos, Acordaos siempre de la divisa de vuestros padres, divisa que la marquesa de Serant, mi querida madrina y mi madre adoptiva, solía repetirme frecuentemente para grabarla bien en mi mente y en mi corazón:
Cumple con tu deber, suceda o que suceda.
Dios, hijos míos, os conceda la gracia de comprender que todo aquel que la pone en práctica ha hallado la verdadera paz y el camino del paraíso
Os abrazo y os bendigo.
Vuestra Abuelita
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